viernes, 12 de marzo de 2010

Con el fierro en la mano III


Sábado 6 marzo de 2010

Si mendigo es el que pasa sus días pidiendo limosna y limosna es una “donación para socorrer una necesidad”, tengo claro que hoy soy un mendigo. Pero más claro tengo que prefiero ser un mendigo que una rata. Y lo digo porque conozco una rata saqueadora que hurtó tanta carne del supermercado que no pudo comérsela toda y propuso botarla en el patio podrida por la falta de refrigeración antes que compartir. Una inmunda rata.

Anoche hablé con un amigo y me comentó algo fuerte: “los vecinos siempre le dan algo a tu papá porque saluda a todo el mundo. Yo nunca saludé a nadie y ahora me doy cuenta que la cagué durante mucho tiempo”. No hay mejor forma de abastecerse. Vivo solo y me he transformado en el hijo adoptivo de muchas familias de corazón cálido. Si no fuera por ellos, estaría comiendo papel.

Déjenme contarles que el día después del terremoto entré a un supermercado como muchos de esos que mañana crearán un grupo de facebook festinando que “yo también saqueé un Bigger”. Fui a la bodega, bajé y sentí el hedor de gente transpirada en ese sótano sin luz donde estirabas la mano y tocabas sustancias viscosas y la jauría cargaba cajas de lo que pillara. Esas no eran personas.

El piso mezclaba huevo, lavalozas, aceite y la gente caía para salir con el aspecto de esos mechones que aún no saben cuando entrarán. Llevaban ojos desorbitados, la saliva brotando de sus rabiosos hocicos y me costaba condenarlos cuando advertía que algunas bolsas cargaban pañales o leche. Aún así, eso no es lo mío. Tomé una caja de atunes y la boté con asco porque la vergüenza aja el estómago con más fuerza que el hambre.

Mi casa sigue sumando gente. Llegó mi compadre y mañana alojará mi hermana por incierto tiempo conscientes de que dispongo de buen techo pero no buen refrigerador. Da lo mismo. Así como otros me dieron una mano, supongo que es mi turno y mañana otro me regalará un espaldarazo. La gente buena funciona de esa forma y hace filas de 3 horas para comprar un kilo de pan por 2 mil pesos con 24 grados en el techo de la cabeza.

Conozco humanos que no merecen esa palabra y tienen sus despensas mucho más llenas que cuando la vida era normal. Los que abrazaron cajas de medicamentos que jamás podrán pronunciar ni usarán, pero amenazaron la vida de miles. Los que sacaron máquinas de ejercicios de La Polar, pero después les gritaron “tsunami” y se acordaron que aglutinar tanta cosa inútil se va con la ola.

Las ratas disfrutan cuando se voltea el basurero. Ellas luchan porque no vuelva la luz ni el orden. Son infecciosas. Dicen que en la emergencia se conoce quien es quien y en la Octava Región descubrimos realmente a nuestros vecinos y a nosotros mismos. Estoy del lado de los mendigos que alguna vez miré mal o ni siquiera miré porque tenía de todo y me parecían muy distintos. Mi mamá me dijo alguna vez “dale una moneda. Al menos está estirando la mano y no la usa para robarte”.
Ojalá que la campaña “Chile ayuda a Chile” sea un éxito, pero el éxito sería que desde ahora nos comencemos a abastecer para el próximo terremoto que será en 10 años, 50 o cuando lo avise el Huevo Fuenzalida. No hablo de meter conservas ni pan de molde en el estante de la cocina, sino empezar a saludar al vecino, al dueño del almacén y a la tía con la que no hablabas hace años. Yo ya me estoy aperando y espero que ese día mi amigo con el que hablé anoche también. Podemos ser hombres pobres, pero nunca ratas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario