viernes, 12 de marzo de 2010

Con el fierro en la mano IV


Domingo 7 marzo de 2010

De a poco se desintegran las trincheras, pero jamás olvidaremos cómo improvisamos esos grupos de defensa entre desconocidos que debían haberse conocido antes. Recuerdo que esa primera noche de guardias y turnos, ateos y creyentes armamos una oración alrededor de la fogata para pedir por los que perdimos, agradecer lo que no perdimos y juramentar que dentro de la oscuridad defendería tu vida con la mía.

He visto señoras de 55 años con un martillo empuñado y jóvenes que con terror tomaron por primera vez una pistola entre sus manos. En la casa de mis papás hay uno que armó dos escopetas hechizas y en la noche las pone entre sus brazos con la consigna de “si hay que matar, matamos”. Los vecinos le dicen Rambo.

Yo vivo solo y teóricamente no tengo nadie a quien defender, pero está el DVD, mis películas de los Marx y, sobre todo, vecinos transformados en mi familia de emergencia que se han ganado que me acueste a las 6 de la mañana para velar por ellos. Cuando voy a mi cama sé que no me dejarían despertar con un extraño en mi living y duermo tranquilo. Ellos dicen que tengo el sueño pesado, pero son gratos culpables.

“Nunca pensé que iba a estar tan contento de ver milicos en la calle”, me decía uno. Nos identificamos con una cinta blanca en el brazo -hecha con bolsa de nylon- sacamos las linternas con pilas agonizantes y armamos barricadas. Si los bandidos son polillas, el Kamadi es una lámpara y hasta una camioneta le chocaron contra la puerta para alunizar sobre alcohol y fideos. Mi departamento está justo a la vuelta.

Fueron noches de balazos y silbatos. Los muchachos uniformados llegaron principalmente desde Iquique y Viña del Mar sin saber ni donde queda Barros Arana, pero la gente los quiere. Odian a la Armada por no anunciar tsunami cuando hubo y anunciar el que no fue, pero a estos otros les tomamos cariño. Por ellos comenzamos a soltar los fierros y acostarnos de nuevo en nuestras piezas.

He sostenido antes que la emergencia desnuda lo que somos y en las trincheras hubo dramas y eliminados por convivencia. Están los que se comprometieron a muerte y ya a la segunda noche largaron a la cama, mientras otros hacían guardia. La del vago. Está el personaje pasado de copas que chapoteaba ese mar de tensión con sus pataletas… Esas fueron las dos primeras peleas del batallón.

Seguramente en otras sufrieron al que buscaba acaparar más comida en la olla común o al que aparecía en la manada solo cuando sentía olor a alimento, llenaba el plato y a la otra repartición recién daba nuevas señales de vida. La unión forzada da para todo, pero si cada personaje fuera igual a otro los días habrían sido demasiado aburridos. Hasta al borracho desubicado le tomé cariño.

Y así como las tablas y alambres de púas dicen adiós paulatinamente tras la llegada de la luz a gran parte de la población, la calma arriba sin prisa y recién uno valora detalles que nunca sopesó. Mi primera cerveza helada después del terremoto fue maravillosa y cuando vuelva a ducharme con agua caliente me quedaré pasmado en la ducha y costará horas sacarme.

Uno escribe estos párrafos con la mesurada felicidad que llega tras tanta tragedia, pero aún hay trincheras en esos olvidados sectores donde la luz no se presenta. Esa gente sigue en turnos, continúa con el fierro en la mano y se acuesta a las 6 de la mañana mientras uno injustamente ya escribe en Word. A Candelaria, Talcahuano y Coronel les mando un saludo y ojalá puedan dormir pronto a una hora decente. Se lo merecen.

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