viernes, 12 de marzo de 2010

Con la mano en el fierro VI


Martes 9 marzo de 2010.

Soy de Candelaria. De la “Candola”, como me decían despectivamente algunos tíos y compañeros de colegio. Para ver a mis papás camino desde el centro desde Concepción hasta allá y de a poco me he enamorado del interminable trayecto que me moja la polera que al día siguiente no me cambio. Es que en el puente me pillo a todos los sampedrinos de mi infancia y hago el catastro de cómo salió parado cada uno.

En Candelaria aún lo llega el agua, al igual que Nonguén, Chiguayante, Talcahuano y otros sectores. Les recomiendan no manipular grifos, pero igual los manipulan a falta de otra solución. Pasado el puente, me topo con la horda de ciclistas y una plaga de carros de supermercados. Desamparados por los cobardes que ahora se mueren de miedo por los electrodomésticos que acarrearon cuando todos buscábamos un pedazo de pan.

Nada será como antes, aunque hay indicios de vuelta a la normalidad. Retornó la bencina a los autos y con ella los atochamientos y bocinazos. Qué lindos suenan esos gritos de “¡fíjate por donde pasai!” que nos despiertan y equilibran. Porque tengan claro que el espíritu de fraternidad irá decreciendo hasta que olvidemos el momento en que todos necesitábamos de todos.

Y cruzando el Llacolén con vista al dominó de concreto que cayó pieza tras pieza me encuentro la música. Cuando la región completa escuchaba radio Bío Bío, discutíamos en la fogata del jardín si debían poner canciones más alegres para levantarnos el ánimo o si sería una falta de respeto en medio de la congoja. Hoy las guitarras y el reggaeton vinieron para que no nos acostumbremos al silencio.

Mañana en “La Esquina” venderán colaciones, mientras Pre Unic y Kamadi empiezan a atender nuestras plegarias y Deportes Concepción retorna a los entrenamientos. La ciudad que parecía vestida de terno y puesta de brazos cruzados en un féretro levanta una mano para avisar que está viva. Habrá que traer oxígeno, pero ni se les ocurra echar tierra sobre nuestra querida caja.

La gente vuelve a sus trabajos. Algunos con jefes comprensivos que dieron muestras de humanidad y otros con seres impresentables sobre ellos que merecen menos respeto que cualquier saqueador con foto en el diario. Unos enviaron cajas mesiánicas a cada uno de sus empleados y otros con suerte superaron la “ayuda” municipal de una caja de leche y cinco huevos. Sí, créame que eso enviaban algunos alcaldes.

Los choferes desempolvaron el Vía Lactea, Las Golondrinas, la Nueva Llacolén y el Campanil que siempre cobra menos que el resto. Pasa mucho auto para tan poca calle, pero la torta por fin luce velas y el resto no es más que soplar y pedir tres deseos. Ver la multitud que de da codazos en las veredas para llegar primero a ninguna parte es algo que cualquier mortal extrañaba.

Y con la herramienta de traslado llegaron los turistas que disparan sus cámaras para tener su rostro junto a “el edificio que salía en la tele”. Son ridículos y morbosos, pero también los extrañábamos. Insisto: somos todos distintos, pero porque cada uno aporta lo que otro no tiene es porque levantaremos esta región.

Ahora te quiero plantear un desafío. Volvemos lentamente a la normalidad, pero que haya llegado la luz no significa que ya podemos sentarnos a ver televisión y que haya vuelto la música no significa que vamos a andar todas las noches de karaoke. Hay gente que demorará años en volver medianamente a la normalidad y el que tiene dos manos siempre puede convidar una. Pregúntate quién necesita tu derecha.

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